Despertar a las seis de la mañana, hacer el desayuno, vestir a tu hija, dejar el almuerzo listo, correr para tomar la micro, pensar en lo que debes hacer en la oficina, luego recuerdas que faltan tomates, así que debes pasar después del trabajo, llegar a la casa, preparar la once, lavar los platos, hacer las tareas junto a tu hija, bañarla y volver a tu cama a sacar cuentas para ver cómo llegar a fin de mes.
Todas las actividades mencionadas anteriormente, corresponden a la categoría de trabajo. Si bien muchas veces nos cuesta darnos cuenta de la gran cantidad de cosas que hacemos, el día a día es una gran jornada laboral sin límite horario y donde no todo es remunerado, además cabe decir que, si es pagado, en su mayoría es con un salario bastante bajo, tal como lo señalan las cifras de Fundación Sol (2019): “6 de cada 10 personas que trabajan jornada completa en Chile no podrían sacar a una familia promedio de la pobreza”.
Pero en cuanto a lo que este tema refiere, ComunidadMujer (2020) dio a conocer un estudio en el que se planteaba que el trabajo doméstico no remunerado aportaría 21.8% al PIB, lo que evidencia lo crucial que es para la economía capitalista, el trabajo de las mujeres. Si bien hoy han existido cambios, principalmente impulsados por el movimiento feminista, respecto a relevar al trabajo doméstico, lo que hoy se traduce en más personas involucradas en los quehaceres del hogar, pero donde la mayor cantidad de labores siguen estando sobre los hombros del género femenino, lo que significa que sigue siendo un espacio de lucha para muchas, tanto dentro como fuera del hogar.
La huelga feminista que se aproxima, ha hecho un llamado a las movilizaciones territoriales para el 8 de marzo y una gran marcha general para el lunes 9, es un espacio importante para poder tratar esta temática a nivel general, pero existen lugares en donde esto sigue siendo una labor asociada a las mujeres sólo por ser mujeres: “es lo que tenemos que hacer” o “yo no trabajo, estoy en mi casa”, siguen siendo una frase que podemos escuchar de nuestras tías, abuelas o mientras vamos por la calle.
Posicionar de manera pública, política y económica al trabajo doméstico y así también el de cuidados es una labor que pone en jaque al capitalismo y al patriarcado, ya que son los trabajos que permiten la reproducción de la vida, tal como lo han planteado una serie de economistas feministas, por lo que el cuestionamiento a cómo este se expresa en nuestra sociedad, es un ejercicio que de seguro incomoda a quiénes se alimentan de estos trabajos invisibles e indispensables.
Es por lo anterior, que llevar estas discusiones a la mesa de nuestra casa, a la panadería o a la feria, es comenzar a hacer temblar a quiénes nos oprimen, pero para poder llegar a otras, además de poder establecer complicidades y confianzas, es necesario conversar acerca de lo cotidiano, porque sabemos que es profundamente político, tal vez no sea necesario hablar del trabajo doméstico no remunerado en estos términos exactos, ya que que simplemente partimos por contar todo lo que hemos hecho en el día, para que nos demos cuenta que el mundo sigue estando sobre nuestros hombros, pero es por lo mismo que tenemos todas las posibilidades de quitárnoslo de encima y crear uno nuevo, donde las labores sean socializadas y así también, visibles.
Lavar los platos es un acto profundamente político, en la medida que entendemos que ha sido responsabilidad de sólo una persona, quien generalmente es una mujer, ya sea una madre, tía o incluso pareja y que se unen a una serie de cargas impuestas históricamente hacia nosotras, por lo que mostrarlas y transformarlas es una responsabilidad de toda la nueva sociedad que queremos levantar, porque la revolución parte en la casa, se hace en las calles y esperamos que se exprese en nuevas vidas, las que puedan ser libres, dignas y felices.
Una de las grandes consignas del 8 de marzo pasado, fue la de la precarización de la vida, una instalación de una frase tan profunda como potente, ya que se entendía que, principalmente, son las mujeres las que sostienen las bases de la reproducción del sistema, tal como lo plantea Silvia Federici, quien señala que lo que permitió la acumulación del capital fue la explotación de los cuerpos de las mujeres.
Hoy la realidad no es muy distinta, las precarias condiciones de trabajo que hoy priman, junto con los salarios (promedio fundación sol y brecha), son una evidencia de algo que debe transformarse de raíz. Los bajos sueldos a nivel nacional, donde cerca del 70% de las personas gana menos de $550.000, según datos de Fundación Sol, se agudizan si sumamos otros elementos, tales como el género, país de origen, entre otros.