Texto por Cecilia Ananías Soto.
Ilustración en portada por @Onreivni
Cuando niña, no me gustaba que me tomaran fotografías. Primero, porque no me sentía representada por las imágenes que otres tomaban de mí. Segundo, porque incluso dentro de mi familia había ciertas preferencias por retratar a algunes por sobre otres, en base a quién cumplía más con los cánones de “belleza infantil”. Y tercero, porque en el entorno machista donde crecí, escuché muchas veces decir que «las niñas que se tomaban muchas fotografías eran tontas». Y yo no quería serlo. Así que evitaba el rosado o gastar mucho tiempo arreglándome y por supuesto, las fotografías. Como resultado, hay una especie de vacío de imágenes durante un periodo bastante largo de mi vida.
Por suerte, se me atravesó el feminismo en el camino y esto me ha permitido deconstruir muchas ideas nefastas que me habían inculcado sobre mí misma, lo que hacía y mi cuerpo. De a poco, fui agarrando la cámara y animándome a autorretratarme con ella, hasta que di con esa perspectiva que sentía que nadie más podría captar de mí. Hoy, en plena pandemia, he terminado de comprobar cuán necesario es el ejercicio de fotografiarse: Ha sido mi compañía, mi diario de vida, mi forma de ir narrando mi propia historia y en mis términos, todo esto en medio de un escenario que ha sido caótico y -en mi caso-, muy solitario.

Autorretrato tomado en los inicios de la pandemia en Chile.
Por eso creo que es importante derribar ideas -que persisten hasta hoy-, de que el autorretrato, la selfie, son solo narcisismo o algo de «niñas tontas». Son ideas profundamente erradas y dañinas, porque para las mujeres y disidencias esto puede ser un ejercicio de autonomía y también, un acto tremendamente político.
En 1989, las Guerrilla Girls se preguntaban: «¿Tienen que estar desnudas las mujeres para entrar en el Met?» (Museo Metropolitano de Arte de Nueva York), tras corroborar en ese entonces que menos del 5% de les artistas en la sección de arte moderno eran mujeres, al mismo tiempo que el 85% de los desnudos en el arte eran femeninos.

Afiche-intervención de esta colectiva artística anónima.
Si bien, ya han pasado un par de décadas desde esta intervención, el escenario no se ha transformado mucho: sigue primando la imagen masculina en el arte y la fotografía y a las mujeres se nos sigue relegando al rol de «musas» y, al mismo tiempo, no se nos reconoce como creativas/creadoras. Una expresión más actual de esta desigualdad, es la enorme cantidad de fotógrafos masculinos que proliferan en redes sociales, cuyas obras se centran en mostrar mujeres, a veces sexualizadas, otras no, pero casi siempre cumpliendo los mismos cánones eurocéntricos (algunos de estos, incluso, han sido denunciados por acoso y otras formas de violencia). Y para muchas mujeres y jóvenes, parece que la única forma de retratarse es a través de esta mirada externa y masculina.
El feminismo y todas las expresiones de arte feminista pueden ser una gran forma de resistir a esta desigualdad. Porque en este arte, nuestro cuerpo se vuelve un lugar de reivindicación y reconocimiento e, incluso, un soporte de denuncia.

La artista estadounidense, Hannah Wilke, fue criticada de «narcisista» y de ser «demasiado guapa» en sus primeros trabajos de autorretrato. Cosa que desmintió con su mismo trabajo: retrató el doloroso proceso del linfoma que acabó con su vida.
En este contexto, autorretratarnos nos permite dejar el papel pasivo de «musas» frente al lente (generalmente de un hombre), para ejercer nuestro derecho de la autorrepresentación. No importa si tenemos una cámara profesional o un celular con la pantalla a medio trizar.
Y por eso me gusta tanto la selfie: porque acerca mucho más la fotografía y la vuelve más accesible a mujeres y disidencias, a quienes históricamente se nos ha desplazado de la tecnología. En 1970, el filósofo Paulo Freire (parafraseado en ese texto de Mercé Galán) afirmaba que las personas oprimidas se apropiaran de las herramientas necesarias para conseguir su propio cambio. Y el autorretrato cumple con esto: es un modo de autoconocimiento directo, sin intermediarios. Nos entrega el poder de nuestra imagen y en simultáneo, nos expone al resto, ya que, en el contexto de la actual Cultura-Red, se vuelve este “Cuarto Propio”, pero conectado a Internet, saliendo del ámbito privado al público, como declaraba Remedios Zafra, recordando el ensayo de Virginia Wolf.
Porque claro, la selfie no está exenta de luchas y resistencias internas. Las redes sociales y sus algoritmos siguen haciendo primar ciertas imágenes y rasgos por sobre otros; los filtros incluso pueden aumentar nuestras inseguridades, dado que no andamos por la vida sin poros y con los ojos grandes y brillantes; la híper visibilización de ciertos cuerpos hegemónicos, puede afectar la autopercepción del resto, especialmente en niñas y adolescentes.

Ilustración de Laura Callaghan.
Pero, al final del día, puede ser un espacio de resistencia y para visibilizar las historias y cuerpos que los medios hegemónicos no miran: los cabellos rizados, los rasgos racializados, las pieles oscuras, los cuerpos grandes, también los pequeños, les trans y las personas no binarias, por nombrar solo a un par: «Cuerpos reales que se interponen entre la visión estereotipada y la realidad, crean quiebres, son subversivos, hacen política en la red cuando interfieren en este tipo de plataformas para reivindicar que existe algo diferente», decía Marisol Salanova en 2014 en una conferencia audiovisual de Sevilla.
Así que, publiques o no publiques el resultado, mi invitación es a que explores, te reconozcas y te ames o aceptes a través del autorretrato. Y chao con los discursos que banalizan y/o infantilizan esta acción. Dejo también estas gráficas (que compartiremos en nuestro Proyecto @SomosAuroraCL) para que animes a más amigas y amigues 🙂
PD. Y aguanten las fotógrafas feministas y/o disidentes que están cambiando la perspectiva hegemónica.